Somos más felices y disfrutamos más de las cosas cuando nos centramos en el presente. Sin embargo a veces es inevitable caer en la trampa del cerebro de estar en otro momento, y esto a veces hace que no disfrutemos a tope de lo que estamos haciendo.
Este año he recordado algo en el Ocejón (aprender es recordar, decía el filósofo). No importa lo bien que te haya ido en una carrera el año anterior. Cada momento es distinto y se debe correr con la cabeza en el presente. Este año salí muy rápido, demasiado, y claro en la subida mis piernas dijeron que no, que por ahí no, y mi cabeza seguía persiguiendo a una sombra que iba muy por delante, esa sombra era mi carrera del año pasado.
Sufrí como un perro en la subida, coroné y saludé a mi amigo Alberto de San Esteban de Gormaz, puntual un año tras otro en la cumbre. Como el primer sector me había ido mal lo intenté arreglar bajando más rápido, es decir haciendo más de lo mismo. El tramo técnico volé sobre las pizarras. Luego en la pista de vuelta la burbuja explotó y terminé la carrera caminando y lo que es peor sin disfrutarla.
Analizando la causa raíz veo que tuve unas expectativas por encima de lo realista y una mala gestión durante la prueba. Para corregirlo no hay nada como disfrutar de cada carrera como si fuera la primera vez y adaptarse a las sensaciones desde los primeros kilómetros. Verificaré si soy capaz de ello en el maratón de montaña de Galarleiz el 15 de julio.
Por lo demás sigo pensando que se trata de la prueba más bella de cuantas he corrido, es la de casa, la de mis amigos y amigas del Club Maratón, del Skimoguada, de la Tonda. La carrera de la organización entregada y generosa con Barbero a la cabeza, la de los amantes de esta montaña perfecta que es el Ocejón.